Si hace unos meses daba cuenta yo de las lecturas que había hecho el año pasado, ahora, diez meses después he de confesar que he batido mi récord personal del año pasado, pues esta mañana he acabado de leer mi 40º libro. En lugar de poner la lista, como hice en enero, de lo que llevo leído este año, prefiero hablaros de cada uno de ellos, pues al fin y al cabo esta es la razón de este blog, contaros mi crítica literaria, que no por crítica ha de ser negativa. No necesariamente.
Durante años rondó por mi casa esta novela publicada en 1990, que acabo de descubrir que es una de las más importantes de esta autora, junto con Entre visillos, por la que le dieron el premio Nadal en 1957. Yo no le había hecho mucho caso porque el título me sonaba más bien a alegato feminista del tipo de las que produce Rosa Montero, que escribe muy bien, cierto, pero que mete su yo en medio de su obra por las buenas, cosa que me parece bastante poco profesional.
No así hace Carmen Martín Gaite en esta novela, y si lo hace, es algo que pasa totalmente desapercibido. Es una novela que engancha, hasta el punto en que yo me la he leído en dos días, quedándome hasta las cuatro de la madrugada, pues mis manos se negaban a cerrar el libro antes de llegar al final, que sin embargo no me ha gustado nada, pero, bueno, como dijo aquel personaje de Con faldas y a lo loco, nadie es perfecto, ¿no?
Al abrir el libro yo me temía que era una reescritura del famoso cuento que Charles Perrault escribió (o transcribió) hace cuatro siglos, pero para mi sorpresa, los elementos básicos del cuento están tomados de modo tan delicado y estilizado que uno no puede dejar de pasear la mirada por la lectura agradable y sencilla de este texto desde el principio hasta el final. Cada capítulo lleva un título bastante explicativo que yo elegí saltarme, porque disfruto más del placer del descubrimiento, pero que supongo que la autora puso para facilitar la lectura. Lectura que está construida sin artificiosidad ni cultismos que te hacen ir al diccionario, ya que la única palabra que se sale un poco de tiesto, farfañía, la explica en el propio texto en cuanto aparece, así como miranfú y alguna otra palabra divertida que inventa esta autora para dar mayor claridad —supongo— a la mente infantil de la protagonista, Sara Allen.
Mi personaje favorito, sin embargo, no es ni Sara ni Mr. Woolf, ni siquiera la abuelita, Gloria Star, que en su juventud había sido cantante y se había casado tres veces, sino Miss Lunatic, que nos aclara muchas cosas de la Estatuta de la Libertad y del buen vivir.
Sin embargo, personaje importante en esta historia es la ciudad de Nueva York, que la autora conoció muy, al parecer por las descripciones que hace de calles, plazas, lugares y trayectos por aquella ciudad, aunque no descarto que todo ello se deba a la documentación y enorme imaginación de que hace gala Carmen Martín Gaite en esta obra.
Sí, este libro me ha dejado con ganas de más, por lo que no descarto seguir leyendo su producción literaria en el futuro.
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