domingo, 24 de agosto de 2014

Mi hija y la ópera, de José Antonio Frutos Romero.

Mi hija y la ópera es un libro ciertamente interesante y original. Está organizado como si de una ópera se tratase: en tres actos y un final. 

No es un libro sobre la ópera, pero esta forma musical está presente en toda la trama del libro, desde que empieza (con el brindis de La Traviata, o La extraviada, la famosa ópera que Giuseppe Verdi compuso basándose en el aún más famoso libro de Alejandro Dumas La dama de las camelias)  hasta el inmenso Tannhäuser del inefable Richard Wagner, cuyo Coro de los peregrinos la protagonista baila con su padre, el protagonista de esta historia, cuando era niña, pero que es rememorado al final del segundo acto, aunque en realidad el último fragmento citado en la novela es el Intermezzo, o intermedio, de La caballería rusticana (o caballerosidad rural) de Pietro Mascagni.

En realidad la acción comienza con un hecho trágico, pero en una analepsis bien llevada (vulgarmente conocido como flashback o retrospección, es decir, contar algo del pasado cuando la acción es del presente) nos cuenta cómo el protagonista, Andrés Rosique, de Cartagena (Murcia) conoce a la mujer de su vida, una camarera del bar que frecuenta, a la que en principio no hace caso hasta que ella le muestra el mundo de Turandot, la famosa ópera de Giacomo Puccini, cuando él le tararea una melodía que había oído por la radio y que le obsesionaba. Ella reconoce enseguida el aria (o canción) de esa ópera, la llamada Nessun dorma (nadie duerma). La ópera será a partir de entones una constante en la vida de Andrés, y por ella siempre recordará al amor de su vida, inculcando ese amor por la lírica a su hija Violeta, que debe su hermoso nombre a la protagonista de La Traviata. La muchacha es un personaje encantador que no se describe a sí misma (a no ser alguna nota peyorativa) pero que vamos conociendo por lo que de ella dicen los demás personajes, sobre todo su prima Isabel, a la que fascina en cuanto la conoce. 

Andrés Rosique encuentra a Patricia, la madre de Violeta, por casualidad mientras buscaba conocer a Susana, una mujer que vio brevemente en la cafetería donde aquella trabajaba, pero que le desilusiona en cuanto la conoce, y se da cuenta a tiempo de dónde está la mujer que le interesa. Es una secuencia muy romántica y sentimental en que el autor se ha lucido mucho, pues nos lleva de la mano en un giro inesperado de la historia valiente e inesperado. El noviazgo de Andrés y Patricia está amenizado por la mencionada Cavalleria Rusticana, pero también por Las Bodas de Fígaro, de Mozart;  Tosca, de G. Puccini (de la que oímos el aria Luceven le stelle, Lucían las estrellas, en versión de Plácido Domingo); y Madame Butterfly, del mismo autor. Cuando se casan se nos cita el célebre coro Va pensiero, nueve minutos mágicos de la ópera Nabucco, de G. Verdi, que merece la pena detenerse a escuchar mientras leemos la novela y nos imaginamos el amor de los contrayentes. Siendo ambos apasionados por la ópera, no es de extrañar que a su primogénita le pusieran el nombre de Susana, como la protagonista de la ópera Las bodas de Fígaro, cuya famosa cancioncilla sobre un aire (Canzonetta sull' aria) escuchamos. La institutriz que le ponen a la pequeña se queja de tanta música a todas horas, quizá porque no comprende la magia de Carmen, de G. Bizet, o La flauta mágica, de W. A. Mozart, o de Fidelio, del mismísimo L. von Beethoven.

Cuando el mundo de Andrés Rosique se desmorona se hace el silencio argumentativo, oyéndose sólo la música de fondo, Ebben, ne andrò lontana (Y bien, me iré muy lejos), de la ópera La Wally, compuesta por Alfredo Catalani en 1892 y que aquí disfrutamos en la bellísima voz de la griega María Callas.

Violeta crece oyendo La flauta mágica (su ópera favorita da niña, lo cual no nos sorprende por este fragmento de su aria  El encantador de pájaros) y Wágner, cuya Cabalgata de las Walkirias (de su megaópera El anillo del nibelungo, en que algunos han querido ver el antecedente argumental de El Señor de los anillos, del inglés John Ronald Reuel Tolkien) llevamos todos en la cabeza. Pero Violeta tiene algunos problemas en el colegio, que vienen ilustrados musicalmente, en su momento más dramático, por el dúo Vogliatemi bene (Ámame bien), de la citada Madame Batterfly, y sí que la ama bien su padre, Andrés, que mataría por ella, aunque en ese caso no hizo falta. 

Una amistad de su padre les visita, y el autor nos hace reflexionar al son de Rigoletto, la célebre ópera de Verdi, cuya aria La donna é móbile (la mujer es mutable) hemos oído todos alguna vez. Al final de ese capítulo se nos menciona O soave fianciulla (Oh, dulce jovencita), de la ópera La Bohéme, de Giacomo Puccini. 

Violeta recibe una educación envidiable, muy superior a los escolares de su época, que comprende además de un conocimiento profundo de la música y del arte la interpretación virtuosa dal piano. Por eso un hito importante en la vida de la muchacha es cuando su padre la lleva al Teatro Real de Madrid para ver su ópera predilecta, La flauta mágica, cuya Obertura es ciertamente mágica. En otra ocasión asiste ella en Móstoles, provincia de Madrid, a una representación de Rigoletto, de la que oímos Esta o aquella. Esta educación tan exquisita le permite ganar un concurso de Radio al reconocer la música del Orfeo, de Monteverdi, de Carmen, de Bizet, y sobre todo de Las bodas de Fígaro. El premio consistiría en ir al Metropolitan Opera House (la casa de la ópera metropolitana) de Nueva York para ver Aida, de G. Verdi, cuya página más famosa, La marcha triunfal tenemos la oportunidad de ver en ese enlace interpretado en ese famoso auditorio en 1992.

Violeta aprende mucho en Nueva York, no sólo de ópera, y se traerá un recuerdo que le durará toda su vida. Pero cuando vuelve se encuentra con que Marisa, amiga de su padre, no tiene demasiado buenas noticias. Oye con su padre Una furtiva lágrima, de El elixir de amor, de Gaetano Donizetti, que les hacen recordar tiempos mejores. Pero le procurará la alegría de reconciliarse con su amigo y ex empleado Paco, al son de El barbero de Sevilla, de Giacomo Rossini, del que oímos el final del segundo acto.

Pero el argumento evoluciona y Violeta expresa en una escena muy emotiva lo que siente por su padre con el fondo musical del aria O mío babino caro (Oh, mi papaíto querido, que vemos y oímos en la versión de la soprano brasileña Carmen Monarca y el director André Rieu), de la ópera de G. Puccini Gianni Schichi, estrenada en 1918 y en cuyo minuto 21:52 oímos la hermosa interpretación de la mencionada aria que hace Sally Mathews.

Se dice que no se debe contar el final de un libro, pero yo voy a contravenir esa norma, porque esta magnífica novela nos deja con el buen sabor de Norma, la famosa ópera de Vicenzo Bellini, exactamente con su aria más famosa, Casta diva (diosa casta) en la versión de la mítica soprano griega María Callas, cuya voz era arte puro, que gracias al invento de T. A. Edison, el fonógrafo, nos ha llegado.

Sí, diréis que no os he contado nada del argumento. Eso os lo dejo para que lo disfrutéis cuando hayáis comprado el libro y lo estéis leyendo. Yo aquí os he dado mis recomendaciones musicales y literarias para que disfrutéis de la lectura del libro que este mago de las letras, José Antonio Frutos Romero, ha tejido con esta banda sonora que os he contado. Aconsejo leerlo con estos enlaces cerca, y escuchándolos a medida que se van citando en el libro. Pero tened en cuenta que esta es una historia de un cartagenero y su hija, pero también de Cartagena, Calasparra y Cabo de Palos, que también juegan un papel muy importante en la historia, que no podría haber ocurrido en otros lugares, aunque hay un guiño a Nueva York y otro a Madrid, e incluso otro, menor, a Barcelona encarnado en una pianista que desde allí se traslada a Calasparra para un evento especial.

En cuanto a lo estrictamente literario, os he de decir que es un libro que os envolverá y os seducirá hasta no poder dejar de leerlo, pues el verbo de Violeta, que nada tiene que ver con el personaje de la obra de Verdi o de Dumas (aunque para este se llamara Margarita, referencia presente también en la novela cuando la protagonista visita Manhattan) es claro, diáfano, y presenta el drama de la vida misma, y las soluciones que ella misma va encontrando y aplicando a cada uno de los problemas que tanto su padre como ella van encarando a lo largo del argumento. Es increíble lo que crece este personaje a lo largo de la novela, desde un bebé llorón hasta una mujer que hace de la transgresión a las normas establecidas algo tan natural que el lector más riguroso no puede dejar de aceptar. Dura es su vida, pero grande es el personaje.

En fin, interesado lector que hasta aquí me has acompañado, te deseo feliz lectura.