miércoles, 19 de marzo de 2014

La danza del corazón

La danza del corazón es  un libro de 26 cuentos de dos o tres páginas cada uno, aunque hay alguno más largo, como la "Historia del que se cavó su fosa", que tiene siete. Tiene el defecto de muchos libros: no tiene índice. No entiendo que después de hacer el trabajo duro (escribir el libro, corregirlo y maquetarlo), a ninguno de los que trabaja en esa editorial (Ediciones i) se le haya ocurrido la idea de tomarse la molestia de hacer el índice, o habérselo exigido a los autores o al responsable de la edición, Raúl de la Rosa.

Yo lo he comprado en la Feria del Libro que hay en la Gran Vía Alfonso X de Murcia hasta el día 6 de abril (no entiendo que no sea hasta el 23, el Día del Libro) porque al pasar lo he hojeado y he leído uno de los cuentos, que me ha encantado. Se llama "Las estrellas de mar" y se encuentra en la página 65. Habla ese cuento de la relatividad del trabajo que a veces parece inútil, pero que a pequeña escala, que es la nuestra, sí que merece la pena. El subtitulo del libro es Sabiduría sufí y está escrito por tres autores: Yalal ud-Din, Haztat Imayat Khan y Awad Afili, que supongo que son tres hombres, aunque no estoy seguro, porque mis conocimientos de árabe son muy limitados.

Los cuentos tienen algo que echo de menos en los que se escriben hoy en día: la moraleja. Como dice el prologuista, los cuentos no se han escrito para reflexionar, sino para ser contempladas, aunque sí que tienen una vertiente moralizante, como se puede ver en este, elegido al azar:

Un hombre, su caballo, su perro y el cielo
Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que los tres habían muerto en un accidente.
Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba, el sol era fuerte y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed. Precisaban desesperadamente agua. En una curva del camino avistaron un magnífico portón, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde una garita cuidaba de la entrada: 
—Buenos días —dijo el caminante. 
—Buenos días —respondió el hombre. 
—¿Qué lugar es este, tan lindo? —preguntó.
—Esto es el cielo —fue la respuesta.
—Qué bien, hemos llegado al cielo. Tenemos mucha sed —dijo el caminante.
—Usted puede entrar a beber toda el agua que quiera —dijo el guardián, indicándole la fuente.
—Mi caballo y mi perro también están con sed.
—Lo lamento mucho —le dijo el guarda—. Aquí no se permite la entrada de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed era grande. Mas él no bebería, dejando a sus amigos con sed. De esta manera prosiguió su camino. Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio, cuya entrada estaba marcada por un viejo portón entreabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que lo mantenían en la sombra. Allí, debajo de uno de los árboles, un hombre estaba acostado, con la cabeza cubierta  por un sombrero. Parecía dormido. 
—Buenos días —dijo el caminante.
—Buenos días —respondió el hombre. 
—Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
—Hay una fuente en aquellas piedras —dijo el hombre indicando el lugar—. Pueden beber toda la que quieran. 
El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed. 
—Muchas gracias —dijo el caminante al salir. 
—Vuelvan cuando quieran —respondió el hombre. 
—A propósito —dijo el caminante. —¿Cuál es el nombre de este lugar?
—Cielo —respondió el hombre. 
—¿Cielo? ¡Pero si el hombre que estaba de guardia junto al portón de mármol me dijo que allí era el cielo!
—Aquello no es el cielo, aquello es el infierno.
El caminante quedó perplejo.
—Esa información falsa debe causar grandes confusiones —le contestó el caminante.
—De ninguna manera —respondió el hombre—. En verdad  ellos nos hacen un gran favor. Porque allí quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.