Juanelo Turriano, el relojero del Emperador
Acabo de leer un libro peculiar que compré en una de mis visitas a Toledo por recomendación de la guía local que me acompañó por el recorrido de la ciudad y parte de su historia.
Pero lo más importante de este técnico y sabio italo-español para Toledo fueron dos cosas: elevar el agua del Tajo hasta el Alcázar, obra imposible para muchos ingenieros que le precedieron en esa empresa por deseo de su Majestad Imperial, y El hombre de palo, un autómata que dio nombre a una de las calles principales de Toledo. Si ustedes visitan esta ciudad, la encontrarán entre la catedral y la calle del Comercio. En este libro se describe la génesis y ejecución de la primera de estas obras, el dispositivo que Juanelo diseñó y realizó para subir las aguas del Tajo los noventa metros que necesitaba, por medio de un ingenio de transmisión del movimiento del propio río por medio de unas bielas que impulsaban el agua recogida por medio de cazos enganchados a dos norias, que viajaba hacia arriba a través de otros tantos cazos en cada una de las 24 torres que escalonadamente conducían los 18000 litros de agua cada día hasta el Alcázar de Toledo, su punto más alto.
Desgraciadamente dicha maravilla la terminó después de la muerte del Emperador, y el nuevo Rey, don Felipe II, le fue dando largas al pago de dicha obra. El ayuntamiento de Toledo también se lo negó, porque en realidad el agua no iba para el disfrute de la ciudad, sino del Alcázar, y por lo tanto era al Rey a quien le correspondía, según el Concejo Municipal. El pobre inventor se vio así, pobre de solemnidad, viviendo a costa de su hija, viuda con varios hijos, muriendo en la miseria, que paliaba precisamente con las limosnas que los viandantes depositaban en la mano de su Hombre de palo, el autómata de madera con que dicen que se paseaba por dicha calle de Toledo, y que si bien no hablaba, sí que hacía una respetuosa reverencia al generoso donante.
Es este segundo gran invento el que no figura más que en un párrafo en el libro de Joaquín Valverde Sepúlveda, en el que dice que aquello había sido un sueño del inventor. ¿Quizá la falta de documentación sobre este segundo ingenio movió al autor de esta pseudoautobiografía a pasar de puntillas sobre este artificio de Turriano? Posiblemente, o quizá lo haya dejado para un ulterior volumen, que considero necesario, o cuanto menos interesante.
En cuanto a la forma literaria elegida por Valverde Sepúlveda, me ha agradado que haya escogido la autobiografía, pues así sitúa al lector en la presencia del Emperador Carlos y posteriormente de su hijo, presentándonoslos como personas cercanas, con sus virtudes y sus miserias, con sus porqués y sus motivos. Es un libro que recomiendo leer, a pesar de la longitud del texto. Tanto más tiempo se disftuta por relativamente poco dinero. Si a ustedes les interesara leerlo, sepan que no tienen que desplazarse a Toledo para comprarlo, pues lo pueden encontrar ustedes también en Amazón, y seguramente en cualquier otra librería de su ciudad.